Una rosa para Marilyn

A 55 años de su muerte se revelan más misterios de los últimos días de Marilyn  Monroe | Gente | Entretenimiento | El Universo

Por Reinaldo Spitaletta

No sé si eras una diosa pagana o simplemente una peliteñida rubia plateada que se acostó con un presidente gringo, y con el hermano de este, y dicen que con Sinatra, aunque no creo. En todo caso, vos, Marilyn Monroe (que ese no era tu verdadero nombre), la de la palidez de vainilla y piel de leche recién ordeñada, que de pronto así diría algún campechano de los breñales de Antioquia, eras, sos todavía, un mito de celuloide que al marcharte para siempre con tu mortal dosis de barbitúricos, dejaste un clan inconsolable de viudos universales. Aún hay adoradores que encienden una vela ante la foto aquella, la que tomó Sam Shaw, en la que aparecés con la faldita levantada por un viento enamoradizo en una acera de Los Ángeles.

¡Oh, Marilyn! ¡Cuántas mentiras se pronuncian en tu nombre! Vos, la que no solía usar calzoncitos (no sé por qué acabo de acordarme de la fernandogonzalesca Toni, qué remordimiento), seguís ahí, fresca, en los álbumes y en las pantallas, poniendo tus labios en forma de “O”, coquetudos, sin importar que con tu cuerpo tan deseado y alabado los gusanos se hubiesen dado un banquete, hace ya tantos años.

De vos decía una de tus mucamas que detestabas el agua y el jabón y que te teñías de claridades el vello púbico para que no se transparentara tu feminidad a través de tus trajes blancos. Creo que era más por envidia que ligaban tantas sandeces a tu nombre único, Marilyn, la huerfanita violada a los nueve años y cantada (o rezada) por Ernesto Cardenal.

Vos, la misma que a los dieciséis años quiso matarse (menos mal, no pudiste), vos, una adorable criatura (la voz es de Truman Capote), fuiste ícono del siglo XX cambalache, problemático y febril. Más renombrada que Lennon, quien alguna vez, en un ataque de egocentrismo, se atrevió a decir que él, el beatle genial, era más popular que Cristo. Yo digo, con Cabrera Infante, que vos sos una leyenda que crece con los días y no una blasfemia. Sos una maravilla que se creó a sí misma. Y se mató a sí misma. Fénix rubicundo que renace de sus cenizas. Claro que como muchos lo proclaman, vos, más que una estrella (los méritos son tuyos, no de la Century-Fox), fuiste una víctima de todos, incluidos los hermanos John y Robert Kennedy.

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Vos, empleadita de tienda que soñaste con ser estrella de cine, no estás hecha para los olvidos. Antes de verte en tu primer filme, dirigido por John Huston, o en Niágara o Bus Stop, te conocimos –después de muerta- los muchachitos de los frenéticos sesentas en sorpresivos “caramelos” (cromos) en los que aparecías con una flor roja en las manos. Competías entonces en los álbumes de barriada con Kim Novak y Jane Russell. No sé si fuiste una brillante actriz, pero en todo caso sí una bella dama de exuberantes nalgas y senos despampanantes. Claro que para lucir más humana, algún defectito físico debías de tener. Néstor Almendros, el fotógrafo de cine, declaró que vos tenías los ojos muy separados, casi a lado y lado de la cara.

Vos, exNorma Jean, para la historia Marilyn Monroe, la que su padrastro violó, fuiste una fabricación (y qué producto) hollywoodense, diosa del sexo, venus de chicle y hamburguesa, explotada, según Sir Laurence Olivier, más allá de lo imaginable (y de lo posible). Tu carita de sonrisa pintada se reprodujo como un virus en revistas, afiches, calendarios, pocillos, camisetas, periódicos, suplementos culturales y en obras de arte pop. Por vos, ¡oh, Marilyn! suspiraron en tu intimidad de piel lechosa, Joe DiMaggio y Arthur Miller…, y Tony Curtis tuvo una erección cuando filmaba con vos una escena de Una Eva y dos Adanes, de Billy Wilder. Estuviste en expedientes de la CIA y en boca de numerosas esposas gringas celosas.

Vos, Marilyn, la de voz orgásmica (así cantás el Happy Birthday a tu endemoniado Kennedy), poblaste los sueños eróticos de la muchachada de entonces. Fetiche de medianoche. Tentación de alcoba solitaria. Muchos cargaron tu efigie en la billetera o colgaron tu imagen (sobre todo aquella, desnuda, de lado, encima de una cama infinita) de las paredes del baño. Inspiraste novelas y cuentos y pinturas. Y masturbaciones. Extraña musa de Beverly Hills y Nueva York. Vos, que una noche soñaste que estabas desnuda en una iglesia, con una feligresía postrada a tus pies, vos, digo, la que has sido calificada de impúdica, de puta, de estúpida mona oxigenada, resucitás cada agosto y sos motivo de celebración cósmica.

Vos, la suicidada por la sociedad, te fuiste madrugadamente, antes de que el tiempo marchitara tus apetitosas carnes. Privilegiados los gusanos que consumieron los trescientos gramos de tu corazón. Tantos años después de tu mítica ausencia, siguen floreciendo rosas rojas sobre tu nombre, barbitúrica y depresiva Marilyn. ¡Oh, Marilyn!, la de la explosiva belleza.

(Escrito en Medellín, cuando agosto soplaba sobre mi ventana)