Los sueños de la alegre juventud

(La canción llegó volando desde el recuerdo y despertó viejos tiempos)

MARIANNE FAITHFULL (1946) | Fueradeserie/cultura | EXPANSION.com

Por Reinaldo Spitaletta

La canción llegó de súbito, sin que la esperara, sin que ocupara ninguna celda de los recuerdos de modo evidente. Sonó y listo. Venía de un afuera lejano, la transportaba el viento, se colaba entre los ruidos de los automotores y en el zumbido de una pandémica transmisión virtual. Era una canción lejana, que hablaba de sueños de juventud (no era un tango) y de un tiempo feliz, palabra esta última problemática y, se ha dicho en diversos espacios, meliflua. Almíbar irritante. Sí, qué tiempo tan feliz vivimos tú y yo, decía.

Como es común en estos casos, no tan cotidianos, la canción me transportó a unos distantes tiempos en que estaban vivas las ganas de cambiar el mundo, de cantarle a la vida reciente, a las muchachas de ilusión que parecían salidas de cuentos griegos. Sentí gusto a confites ingleses empacados en cajas metálicas y que mamá las utilizaba, después, para guardar fotografías (ya agotados los álbumes) y postales. Qué tiempo tan feliz (insistía la canción) vivimos tú y yo, y en ocasiones el “tú” se confundía con el “yo”. Qué extraña sensación producen canciones que suenan de repente y te abren un vacío (no existencial) en el pecho, o no sé dónde con exactitud, como esos que se sentían en los columpios o en las sillas voladoras de feria, o, más concreto: el que provocaba el movimiento del carro al subir y bajar un breve “columpio” u ondulación en la calle. Algo así.

En instantes desfilaron fotogramas de memoria. Una guitarra en bandolera cuando íbamos en bus al conservatorio, la melodía de una composición de Tárraga, un canto de gol en una calle infinita o en un baldío… “en nuestros años de loca juventud”. Era una canción que hacía años no escuchaba y que se apareció cuando estaba a punto de empezar a leer un trozo de una novela de Joseph Roth.

Las imágenes que advinieron en desorden estaban conectadas con momentos en que, sentados sobre la acera, los muchachos de la barra conversábamos sobre qué queríamos ser cuando termináramos el bachillerato. Ninguno, me parece, dijo que futbolista, aunque había varios que jugaban muy bien. Alguien habló de las estrellas y de vuelos espaciales; otro habló de viajes y mapas. Creo que yo dije algo relacionado con números y experimentos químicos.

El cantante tenía acento extranjero y recordé otras versiones que escuchábamos en tiempos remotos, como la de una italiana bonita, la de uno que más que cantar, gritaba, y también la de una baladista argentina. Qué canción esta que me removió la recordadera. Vi de pronto a una muchacha en un balcón y a otra que atravesaba la calle con uniforme de cuadritos. Y reviví acordes y arpegios de guitarra. Salté a los días en que en carpas de huelgas cantábamos canciones de un venezolano y de un chileno, y también de un cubano y un argentino.

No sé por qué la efigie célebre del Che, la misma estampita que pegábamos en las camisas y camisetas de juventud, pasó al frente mío, flotó y se deshizo. “Aquellos eran los días mi amigo, / que pensábamos que nunca acabarían”, dijo la canción, o me pareció que eso era lo que desde no sé dónde llegaba hasta mi tiempo de ahora para remontarme a otros días en que eran pocas las preocupaciones y el futuro era una visión luminosa, estelar.

Sin que esa fuera la intención, se aparecieron imágenes de estudiantes con banderas y camisas floreadas, resonaron vivas por los cambios sociales y por la alegría de tener el mundo en nuestras manos y en los anhelos de cambiarlo todo. Se oyeron en la penumbra, bajo un balcón, junto a una ventana, cantos de serenata y se sintió el correr de cortinas y persianas. Qué días aquellos. Hoy, pensé de pronto, los sueños han envejecido (pero están vivos).

La canción se desvaneció de a poco, en cámara lenta, o tal vez en un ralentí; como vino se iba, pero iba tras de sí dejando una estela de lo irremediable, de lo que se ha ido y no podrá volver, ni siquiera en el canto. Cumplía la voz, la música, con el rol que tienen ciertas piezas musicales de evocación, de poderosa transmisión de sentimientos marchitados, de dar vida (o apariencia de ella) a lo que estaba olvidado, o, al menos, resguardado en apolillados rincones del alma.

Mayo 68: Memoria y melancolía - Galde
Mayo del 68 en Francia

La nostalgia es un pesar agridulce, una mezcla rara de agradable golosina con la “sal del recuerdo”, que dice un tango. Es una inesperada aparición de retazos del ayer, una vitrina irreal que exhibe antiguas prendas, pasadas de moda, pero que tienen el poder de despertar curiosidades. “Qué tiempo tan feliz vivimos tú y yo”, decía mientras se alejaba, cuando buscaba esconderse otra vez en la tiniebla de lo irrepetible.

Vino por el aire y por el aire se marchó. Entre tanto, se coló en mis bolsillos, esculcó en memorias borrosas, revivió sentimentalidades. Hablar de un tiempo feliz, sin contradicciones, luminoso, puede ser solo una fácil manera, como cuando se unta miel al pan, de estimular papilas, de hacer nido en la irreflexiva y rauda adolescencia, en la juventud transitoria. La canción en aquellos tiempos quizá estaba hecha para otros que ya habían dejado atrás los días contentos de los planes y los deseos. Pero igual nos tocó, nos gustó y se quedó escondida quién sabe dónde.

En aquellos días, idos, ausentes, se la escuchamos a Gigliola Cinquetti, a Matt Monro, a Dalida, a Rodolfo, a Tormenta… Luego la olvidamos. Lo que puede ser solo un decir. Se agazapó y supo que volvería, tal vez como una expresión sutil de la venganza. “Ya verás que después de tantos años apareceré de la nada y te sacaré un lagrimón”.

¿Adónde volaron los sueños, las ganas recias de cambiar el mundo? Ahí están todavía, sin tantos fulgores, solo que ya no se manifiestan con el entusiasmo de la juventud, sino con la pausada reflexión que dan los años. En cualquier caso, no se han disminuido. Y, de vez en cuando, el viento transporta en sus alas alguna canción que nos da escalofríos en la memoria y nos provoca una dulce congoja a la que también le dicen nostalgia.

(Escrito en Medellín el 29 de octubre de 2021)

La juventud
«Juventud, divino tesoro…»

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3 comentarios

  1. Ester Goeta

     /  octubre 30, 2021

    Felicitaciones y agradecimientos admirado Reinaldo por este preciado artículo que evoca la hermosa cación que interpreta y traduce tan bellos sentimientos de nostalgia.

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  2. Maria Eugenia Velasquez

     /  octubre 30, 2021

    HERMOSISIMA EVOCACIÓN!!!♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️
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  1. Historias a domicilio, una tertulia musical • Otraparte.org

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