Por Reinaldo Spitaletta
Esta historia de tango la comenzaré por el presente. En Facebook posteé el tango Marión, música y letra de Luis Rubinstein (1943), interpretado por la orquesta de Miguel Caló con la voz de Roberto Rufino. Nada extraordinario en este inicio. Rubinstein, como es fama, es autor de tangos inevitables como Charlemos y Cautivo y el que origina esta nota estuvo en la cuerda floja, en los entredichos de la duda, porque se le acusó de plagiar la música del tango Sentimientos.
Pocos minutos después de mi posteo en la red social, recibí en mi teléfono un mensaje suscrito por Ángeles Robledo, con una historia breve sobre Marión, un tango que hace años sonaba en todos los traganíqueles de las cantinas de Medellín, Bello, Itagüí y Envigado, y que se escuchó en ciertos bares por la orquesta chilena de Porfirio Díaz con la interpretación vocal de Jorge Abril. Por aquellos días, otro tango con nombre de mujer abundaba en las esquinas: Lilián, en la voz de Luis Correa.
El mensaje de la señora (supongo que sea una mujer la remitente) decía que cuando vivía en Manrique Central, un barrio tanguero de Medellín, en la carrera 44 con la calle 79, terminaba su jornada laboral a las tres de la tarde y el bus la dejaba en la carrera 45 (hoy conocida como Avenida Carlos Gardel) con la 80. Al bajarse —continúa el relato de la corresponsal— “le daba una moneda al joven, casi niño que trabajaba allí, para que me hiciera sonar Marión, y me subía la pendiente muy despacio para escuchar el tango…Me dolía, bueno, me sigue doliendo el tema”.
Cuando la leí, la historia me estremeció. Marión —que en el barrio donde me parece la escuché por vez primera era el Congolo, en el bar Florida, y creo que la versión que sonaba allí era la de Raúl Iriarte con Caló—, sí, Marión es un tango que duele a montones. A mí, que de adolescente poco o nada me decía su letra, pero de a poco se me fue pegando y tal vez por una especie de misteriosa ósmosis penetró en honduras cordiales, en sitios de la denominada alma que le abrió hospedaje. Había (hay todavía) una rara melancolía en ese tango, una dolorosa manera de contar sombras y sueños y “la angustia del adiós”.
El de Rubinstein es de los muchos tangos que nos llevan a París a presenciar romances truncos, dramones con aires trágicos, como, por decir, La que murió en París, o aquel otro de Cadícamo que se quedó Anclao en París tirao por la vida de errante bohemio, o Madame Ivonne, y así tantos otros. Marión, bello nombre de mujer, con aires bíblicos (María, Miriam), con acentos literarios como el personaje de Manón, y que en francés es un diminutivo de Marie, aunque nos suene como un aumentativo en castellano.
Es, sin aplazamientos, un tango removedor de vibras y fibras: “En la evocación vuelve a soñar mi corazón, y el sueño eres tú, Marión”, un comienzo delicado y contundente. Y luego una declaración que es definitiva y que anuncia con certeza que no hay lugar para la desmemoria, un nombre perseguidor, una imagen de mujer que jamás se irá: “Amor de mi juventud que no se olvida. Amor que llena de luz toda mi vida”. Nada que hacer. Las marcas están establecidas. Lo imborrable, lo permanente, se yergue como una bandera que ondea en las soledades.
“Sombras del ayer, con sus tristezas de canción, siempre me dirán: Marión”. Tuvo que ser una mujer, un amor, una imagen indeleble. Un amor al que las hipérboles no le caen mal y con el poder poético —y profético— de la evocación antes de que las motivaciones desaparecieran, antes de ser víctimas del devorador olvido. “Sueño de París que se enredó con la emoción de tu amor sin fin, Marión”, escribió Rubinstein, aunque algunos vocalistas no llegan a esa estrofa que habla del “perfumado rumor de la distancia”.
Marión, amor lejano. Claro que duele ese tango. La memoria revive pieles y besos y desdenes. Adioses. Hay un cielo que llora por los dos, por la que se fue y por el que se quedó. O viceversa. Un gran poder de recordación tiene ese nombre corto, nombre de mujer de enigma, que en las noches del barrio se regaba por las calles y nos llegaba sin saber uno que se quedaría guardado en los recovecos sensibles del “cuore”.
Marión, nombre de hebreo sonido, que en tango se volvió recuerdo, y que produjo en una mujer de un barrio de calles empinadas la gracia ineludible de ponerlo a sonar para escucharlo mientras ascendía la cuesta con lentitudes para no perderse sus armonías ni sus versos… Oh, Marión, “hoy solo queda el albor de tu fragancia”.
Pintura del artista argentino Fabián Pérez.